Tenemos que hablar del capital (riesgo)

He tenido muchas ideas para escribir en este blog, pero no lo he hecho, en parte por asuntos de mi vida, pero también en parte porque sentía que la mayoría de esas ideas necesitaban un prerrequisito, otra entrada a la cual enlazar, un lugar donde esté explícito y explicado que no se puede hablar del mundo de la tecnología contemporánea sin hablar de una manera muy específica de cómo fluye el dinero dentro de él.

Esta es esa entrada.

En una entrevista que le hicieron a Meredith Whittaker, la presidente de la Signal Foundation (encargada de Signal, una aplicación de mensajería segura), le preguntaron lo siguiente:

“¿Cuál crees que es una tecnología que esté overhyped?”

La mejor traducción en español para “overhyped” quizás sea “sobrevalorada”, pero en este caso no captura la esencia de la pregunta. En inglés, “hype” se refiere no sólo a la acción de valorar algo, sino a activamente ser su simpatizante y promotor, a ser su barrista, a ser el señor que sale antes de un espectáculo de comedia o un concierto de hip-hop para emocionar al público sobre lo que están a punto de ver. Es decir, el “hype” de algo no es una valoración objetiva, sino la emoción que suscita. Y que algo sea “overhyped” quiere decir que esa emoción por la cosa no se justifica por las posibilidades de dicha cosa.

Les digo esto, porque me parece que la respuesta de Whittaker, que se basa en esta idea, resume perfectamente el punto que quiero hacer en esta entrada:

El modelo de negocio del capital riesgo necesariamente tiene que entenderse como uno que necesita de hype ... El capital riesgo mira las valoraciones y el crecimiento, no necesariamente mira las ganancias. Así que no tienes que invertir en una tecnología que funcione, o siquiera que genere ganacias, simplemente tienes que tener una narrativa que sea lo suficientemente convincente para inflar esas valoraciones.

Así que ves cómo este ciclo repetitivo y extenuante de hype es una característica de esta industria ... No es simplemente que una tecnología esté overhyped, es que el hype es un ingrediente necesario para el ecosistema actual de la industria de la tecnología.

Whittaker dio esta respuesta a finales de 2023, es decir, antes de que el ciclo del hype por la inteligencia artificial se tomara todo el discurso sobre tecnología. Pero su análisis aplica tanto a este ciclo, como a varios anteriores (ella misma menciona el metaverso y el Web3, es decir las criptomonedas, en su respuesta) y aplicará para ciclos futuros.

Porque este es el asunto: El capital riesgo, que es un tipo particular de inversión del que ya hablaremos más, sostiene a prácticamente todos los grandes proyectos de tecnología. Los ciclos de este capital están moldeando a la tecnología que usamos, que a su vez está moldeando nuestras vidas.

Si han estado poniendo atención, quizás hayan sentido que los principales desarrollos tecnológicos recientes, o por lo menos los más presentes en la consciencia popular, no están ahí para mejorar nuestras vidas, sino para enriquecer a ciertas personas mientras que, en sus versiones más nocivas, nos vuelven adictos y alteran nuestros cerebros y nuestras relaciones con otras personas, con ideas e incluso con la realidad de maneras que ni siquiera nos habíamos imaginado.

Al mismo tiempo, estamos siendo constantemente bombardeados con publicidad sobre cómo estas mismas tecnologías serán revolucionarias, nos abrirán posibilidades nunca antes vistas (como rendir más en el trabajo, ja) y cambiarán radicalmente lo que significa ser humano.

¿Por qué? ¿Por qué vivimos en un mundo de tecnologías que tratan cada vez peor a sus usuarios, pero en el que a la vez hay un esfuerzo cada vez más grande por convencer a esos usuarios de que no pueden vivir sin esas tecnologías?

Por el hype.

Bueno, más precisamente, porque hay algunas personas que quieren hacerse millonarias con esas tecnologías y en esta industria es imposible hacerse millonario sin el hype.

Y este hype hace mover el ciclo del capital riesgo, que quiero explicar ahora.

Hay un concepto relacionado, el ciclo de Gartner (creado por Jackie Fenn de la firma Gartner), que busca describir el ciclo sobre la adopción de una nueva tecnología. Ese ciclo dice que, después de un pico de expectativas, todas las tecnologías se desinflan, hasta causar desilusión, para luego repuntar y establecerse en una planicie de productividad. es decir, que la tecnología es usada por quienes la encuentran útil y ya.

Pero no es ese ciclo del que quiero hablar, sino del ciclo del dinero de los inversionistas y de qué efectos cada parte del ciclo tiene en nuestras vidas. Voy a dividir ese ciclo en estas cuatro partes:

  1. Sin riesgo no hay ingreso
  2. En busca de la próxima cosa
  3. Relato mata dato
  4. ¿Es que mi plata no vale?

Sin riesgo no hay ingreso

Antes de cumplir el sueño de cualquier empresa de tecnología y volverse una multinacional con un presupuesto más grande que el de varios países combinados y con más poder que la ONU, una de estas empresas nace como una “startup”, un humilde emprendimiento.

Ya conocen la historia: uno o varios niños genios, se arman una oficina en un garaje y se equipan con nada más que un par de computadores, un sueño y millones de dólares en inversión. ¿Cómo consiguen esos dólares? Puede que los hereden, o que sus familias inviertan unos cuantos miles de dólares, sí. Pero lo importante es convencer a un fondo que invierta en capital riesgo (también llamado capital emprendedor, o en inglés venture capital) de que ponga plata en su negocio.

Hay fondos que se especializan en capital riesgo, que es justamente el dinero que va a estas empresas en etapa temprana, pero hay otros fondos que pueden hacer estos tipos de inversiones y también invertir en empresas más desarrolladas.

Pero el capital del que hablamos se llama “riesgo” porque, a diferencia de otras inversiones, este dinero va a muchos negocios con poca probabilidad de éxito, pero con la esperanza de que uno de ellos despegue de una manera tan espectacular que el retorno de esa inversión haga palidecer las pérdidas de las demás inversiones.

La inmensa mayoría de emprendimientos fracasa, como seguramente alguien está escribiendo en LinkedIn ahora mismo para darse ánimos. Y es lo mismo con los emprendimientos tecnológicos. Pero estos tienen una ventaja sobre otro tipo de emprendimientos: son fácilmente escalables. Es decir, el dinero que se necesita para pasar de atender a unos cuantos clientes/usuarios a miles o millones no es tanto. En vez de tener que invertir en más tiendas o más fábricas, se compran unos servidores y se contratan un par de ingenieros de sistemas, y listo. (Bueno, simplificando). Por eso, es más fácil convencerse de que invertir en algo así tiene sentido.

Claro que eso no es lo principal que buscan los fondos que invierten en capital riesgo. Lo que más quieren estos inversionistas es algo que revolucione la industria, algo completamente inaudito, algo que sea... ugh, disruptivo. Los inversionistas en estos casos quieren, como ya dije, que unas cuantas de sus inversiones revienten y no les importa si la mayoría no va a ningún lado. Pero sí quieren ser más eficientes en identificar cuáles son las que pueden reventar. Cuáles tienen un modelo de negocio o una tecnología o una combinación de ambas tan novedosa que hará que buena parte del planeta pague por su producto. En resumen: cuál es el nuevo iPhone. O, puesto de otra forma...

En busca de la próxima gran cosa

Tras el lanzamiento del iPhone en 2007, la economía mundial, en efecto, cambió. No sólo los teléfonos inteligentes se volvieron un bien tan común que más de la mitad de humanos en el planeta tiene uno, sino que además se creó una nueva economía alrededor de las aplicaciones a las que pueden acceder estos teléfonos y, eventualmente, de cosas relacionadas con esas aplicaciones, como redes sociales o influencers.

Pero qué es, exactamente, “la nueva gran cosa” es difícil de definir. Sobre todo porque es una apuesta a futuro. El iPhone, cuando salió al mercado, era evidentemente una nueva gran cosa que iba a cambiar el mercado. Pero antes de hacerlo requirió de una gran inversión en desarrollo (una inversión que, por cierto, Apple mismo hizo, poniendo en riesgo el futuro de su compañía si este nuevo producto no funcionaba).

Ahora la idea de un teléfono inteligente nos parece obvia, pero si el iPhone no hubiera sido exitoso, ¿tendríamos teléfonos inteligentes evolucionados del BlackBerry o de las agendas digitales personales? ¿A otra compañía se le habría ocurrido la idea? ¿Era una idea necesaria para la vida humana?

Quién sabe. El iPhone fue una apuesta a futuro que funcionó y eso, en esencia, es lo que “la próxima gran cosa” es: una apuesta a futuro que funcione. ¿Pero cómo hace uno para saber qué va a funcionar? Los humanos vivimos más o menos bien durante milenios sin siquiera el concepto de teléfonos inteligentes. ¿Cómo podemos prever cuál será la próxima cosa que se volverá prácticamente esencial?

No podemos.

Relato mata dato

Y por eso una de las principales tareas de los CEO de compañías tecnológicas es dominar el arte de la narrativa: convencer a los inversionistas de que su cosa, esa cosa ahí que armaron en el garaje, es realmente la próxima cosa y que ellos, con sus bolsillos metafóricamente llenos de dinero, pueden tener el privilegio en ser uno de los primeros inversionistas en esta cosa que será el más reciente cambio de paradigma global.

Es aquí donde entra el hype.

Uber iba a cambiar el mundo. El metaverso iba a cambiar el mundo. La inteligencia artificial va a cambiar el mundo. Son sólo tres ejemplos de una tendencia mucho más grande, pero nos sirven para ilustrar el punto.

Uber prometía revolucionar todo el transporte terrestre en todo el mundo. Y vendió tan bien la idea que operó a pérdidas hasta (dicen ellos) 2023. ¿Cómo lo hizo? Mintiend... Eh, dominando la narrativa, creando hype.

Uber comenzó con la promesa de que algún día tendría tantos usuarios que así lograría tener ganancias. Pero también comenzó subsidiando el precio que pagaban sus usuarios y el dinero que recibían sus conductores con dinero de sus inversionistas. Esto, por supuesto, es insostenible. Entre más usuarios tuviera Uber, más dinero perdería. Pero así lograron operar por una década. Porque, a pesar de sus pérdidas constantes, lograron contar el cuento.

Primero dijeron que su servicio era tan conveniente que algún día reemplazaría el transporte público (falso). Unos años después, dijeron que sus costos se reducirían cuando por fin pudieran desplegar su flota de carros autónomos (improbable, los carros autónomos siguen siendo muy peligrosos). Finalmente dijeron que habían conseguido tener ganancias (y quizás sí lo lograron, pero lo hicieron mintiéndoles a sus usuarios y a sus conductores sobre sus precios).

Pero en medio de todo esto, inversionistas siguieron dándole dinero a Uber y su valuación en la bolsa, en general, aumentó. ¿Por qué? Porque nadie quiere quedarse por fuera de la próxima cosa y, simplificando un poco los mercados, cuando un inversionista ve que hay dinero fluyendo hacia una parte, piensa “no me quiero quedar atrás” y no se queda atrás e invierte también.

Esto hace que la valoración de una compañía (es decir, cuánto creen otras personas que vale) despegue, a veces astronómicamente. Pero detrás de esa valoración no hay necesariamente dinero o bienes listos para cubrir el valor, sino una serie de personas que creen en promesas a futuro que quizás se cumplirán.

Uber aún está aquí y sí que ha cambiado cosas. La idea de pedir un taxi (sea Uber o no) a través de un celular inteligente es parte de la rutina diaria de mucha gente. Y quizás algunos inversionistas sí hayan recibido ya sus retornos. Pero para llegar hasta aquí, Uber primero quemó billones de dólares y mintió durante todo el proceso. ¿Fue esa una próxima gran cosa?

El metaverso prometía cambiar cómo interactuábamos entre humanos. Desde el video de lanzamiento, por lo menos a mí, me quedó claro lo ridícula de esta promesa: el metaverso prometía revolucionar cómo los humanos interactuábamos en el trabajo, el lugar menos interesante de nuestras vidas. ¿Quién se querría apuntar voluntariamente a eso? ¿Quién haría cambios en su rutina para complicar aún más el proceso de trabajar?

Nadie, por supuesto, como demostró el futuro. Pero antes de saber la respuesta, miles de millones de dólares fluyeron hacia Facebook, el principal proponente de esta tecnología (que incluso se rebautizó como Meta, como signo de su compromiso con esta próxima gran cosa), cuyas acciones subieron por un tiempo. ¿Y por qué? En parte porque el dinero de los inversionistas fluye hacia donde va el dinero de otros inversionistas. Pero también en parte porque este proyecto estaba liderado por uno de esos niños genios que comenzaron en un garaje (bueno, en un dormitorio en la Universidad de Harvard): Mark Zuckerberg.

Como CEO de Facebook, digo, Meta, Zuckerberg tiene influencia porque tiene mucho dinero (y el dinero atrae más dinero) ytambién porque es visto como una de las pocas personas que ya dio con una próxima cosa: su red social. Facebook es la red social con más usuarios en todo el mundo y su éxito temprano pavimentó el camino para todas las redes sociales que existen ahora. Pero no sólo eso, a diferencia de Twitter, su principal competidor en algún momento, Facebook descubrió cómo hacer toneladas de dinero (robando los datos de sus usuarios y vendiendo publicidad en cada esquina posible).

Esto le daba a Zuckerberg la posibilidad de crear una narrativa con mucha facilidad: “soy un niño genio de la tecnología. Escuchen hacia donde estoy yendo e inviertan ahí o arriésguense a quedarse rezagados”. Él, por supuesto, no es el único. Elon Musk, por ejemplo, ha hecho carrera arruinando empresas, o dejando que otros las saquen a flote, pero construyendo la narrativa de que él es el niño genio, detrás de todos los éxitos, a quien hay que seguir.

Esta narrativa de los niños genios... perdón, de los genios tecnológicos es tan fuerte que, a pesar del colapso monumental del metaverso, que terminó en miles de despidos en la compañía, los inversionistas le siguen creyendo a Zuckerberg, que ahora se dedica a ser evangelista de la inteligencia artificial, y las acciones de Meta vienen aumentando desde 2023.

¿Fue el metaverso la próxima cosa? Jaja, no. Pero Mark sigue buscando, quizás la encuentre.

¿Quizás lo sea la inteligencia artificial? La inteligencia artificial hace promesas como ninguna tecnología ha hecho antes: no sólo va a cambiar cómo interactuamos, sino cómo percibimos la realidad e, incluso, cuál es nuestra posición como seres en este universo. ¿Las cumplirá? No lo sé.

Lo importante para esta entrada es pensar por qué se hacen estas promesas y de dónde vienen.

Un informe reciente del Deutsche Bank advierte que la economía estadounidense ha evitado una recesión debido al boom de la inteligencia artificial. Pero la tecnología en sí misma no ha generado ganancias. Las grandes compañías de esta próxima cosa operan a pérdidas multimillonarias. Lo que mantiene a flote la economía estadounidense es la construcción de infraestructura: centros de datos donde se alojan servidores especiales que hacen que la IA funcione [en CLIP publicamos hace poco sobre el daño ambiental y económico de los centros de datos en América Latina]. Y lo que permite el funcionamiento de estos servidores son chips especiales, la mayoría de ellos producidos por Nvidia.

Los inversionistas que buscan la próxima gran cosa creen, por ahora, que esta está o en las compañías de inteligencia artificial, o en los centros de datos, o en los chips que permiten todo esto, o en las tres a la vez . Pero, por ahora, aunque algunas aplicaciones de esta tecnología parecen estar aquí para quedarse, las compañías detrás de ellas no tienen un camino claro hacia cómo comenzar a generar ganancias. Y es por esto que varios bancos, analistas y etcétera han advertido de la posibilidad de una burbuja (que está pronta a reventar).

Pero en estos casos la realidad de las finanzas no importa tanto como la narrativa, como ha quedado más que claro con la IA y sus proponentes.

Sam Altman, líder de OpenAI y otro niño genio, dice que la inteligencia artificial no sólo es inevitable, sino que pronto será una súperinteligencia que superará a los humanos. Marc Andreessen (uno de los principales inversionistas que persigue la próxima cosa) dice constantemente que la inteligencia artificial es, o por lo menos será, capaz de hacer cualquier cosa mejor que los humanos. No hay prueba de que esto sea verdad, pero como ya vimos, no es necesario que sea verdad. Lo único necesario es que genere hype.

Aplicativos de IA “mienten” constantemente, causando líos en colegios, universidades y cortes alrededor del mundo, pues es una tecnología incapaz de discernir que es verdadero. Pero al mismo tiempo la publicidad (a veces disfrazada de artículos de prensa hechos por periodistas que no entienden muy bien de lo que hablan) sobre estos aplicativos nos dicen que estamos ante una suprainteligencia, un ente, casi un ser, más poderoso que la humanidad misma.

¿Por qué?

Porque en algún momento hay que recoger la inversión.

¿Es que mi plata no vale?

Uber pudo aguantar más de una década desangrando a sus inversionistas. Pero en algún momento tenía que pagar. Como ya les conté, su estrategia fue defraudar a sus usuarios para poder conseguir el dinero. Pero esa no es la única.

Meta le hizo perder mucha plata a muchas personas con el metaverso. Pero en vez de dejar ahí, comenzó a perseguir una nueva inversión. No es simplemente que Meta sea como el tío ese de cada familia que todavía vive con la abuela y tiene un negocio nuevo cada vez que esta vez sí le va a reventar.

Meta les tiene que responder a sus accionistas e inversionistas y a estos no les gusta que las acciones de una compañía se queden estancadas. Meta es una de las empresas más ricas del planeta y uno pensaría que con eso podría quedar satisfecha. Pero la presión, en el mundo financiero en el que vivimos, es siempre crecer, sin freno, infinitamente. O si no, algo va mal. ¿Y cuál es una de las mejores maneras de ver que el numerito en la pantalla suba? Así es, perseguir una nueva gran cosa.

Esa nueva gran cosa, por ahora es la inteligencia artificial. Pero, como mencioné arriba, un buen porcentaje de la economía estadounidense está invertida en esta promesa a futuro. Por eso, mucha gente necesita, desesperadamente, que se cumplan promesas que aún no es claro que se vayan a cumplir. De ahí el bombardeo mediático sobre este tema. No sólo hay que convencer a usuarios de que esta tecnología es inevitable, también a gobiernos a reguladores y a bancos. El dinero tiene que seguir fluyendo y tiene que salir de alguna parte... Hasta que quizás llegue el día en el que no fluya más y pasaremos a la siguiente gran cosa.

Mientras tanto, sigue creciendo la brecha entre lo que este ciclo financia y lo que la sociedad realmente necesita. O, como lo pone Whittaker en su entrevista: “tenemos que examinar qué tan común es que el incentivo financiero para este hype es premiado sin tener ningún tipo de beneficio social real, sin progreso verdadero en la tecnología, sin que estas herramientas y servicios realmente comiencen a existir. Eso es clave para entender el creciente cisma entre la narrativa de los tecnooptimistas y la realidad de nuestro mundo sobrecargado de tecnología”.

Por: Pablo Medina Uribe